General Zhi - Diseño de héroe Zhanhu

La guerra ha desgarrado el imperio Wu Lin durante generaciones. Muchos creen que el conflicto no terminará nunca, pero el general Zhanhu Zhi está decidido a lograr lo imposible. Aunque eso signifique ser el estratega más despiadado que los Wu Lin hayan conocido jamás. Con la espada Estrella caída, un arma legendaria forjada a partir de un meteorito venerado por su pueblo, Zhi pretende forjar una alianza con Horkos. Pero esta es solo una parte de un plan mucho más complejo. El hecho de que Astrea acuda a él le permitirá restaurar por fin el honor de su facción.

Cuando el invierno empieza a instalarse en Heathmoor y comienzan las celebraciones del Viento Helado, invita a la Belicista a un puerto azotado por el viento que está bajo su control y le ofrece la espada legendaria como muestra de lealtad. Sabe que su sed de dominio refleja la suya. Sin embargo, detrás de las formalidades, la mente de Zhi urde estratagemas para los siguientes pasos de su plan. El corazón de Zhi está marcado por las cicatrices de la guerra y la esperanza de un futuro en el que su pueblo resurja de las cenizas, unido por fin bajo su estandarte.

La serpiente

Parte I.

Hace mucho tiempo, antes de que la tierra temblara y cuando la luz aún era joven, hubo una gran guerra. Dos ejércitos se enzarzaron en una batalla que algunos consideraron eterna. Murieron miles de guerreros. Con el tiempo, ni siquiera ellos sabían por qué luchaban. Solo recordaban la ira. La necesidad de luchar. Así que siguieron forjando armas. Y derramando sangre. Hasta la noche en que todo cambió.

Tras reagruparse, ambos ejércitos se disponían a entrar en combate de nuevo. Y fue entonces cuando apareció. Una luz plateada que había sido arrancada del cielo. Descendía centelleando y, cuando estuvo más cerca, empezó a retumbar y a arder. Antes de que ambos ejércitos pudieran enfrentarse de nuevo, se estrelló contra el suelo. El fuego rugió, la hierba ardió y la tierra saltó por los aires. La explosión silenció a ambos ejércitos. Todos los guerreros estaban paralizados. Los líderes de ambos bandos se acercaron al cráter y contemplaron aquella roca que no era de este mundo. Lo tomaron como una señal de intervención divina. El destino manifiesto.

El tiempo de luchar había terminado. Ambos ejércitos llegaron a un acuerdo. No habría más dolor ni sufrimiento. No habría más muertes. Ahora era tiempo de paz.

Llamaron a los herreros de ambos bandos, y juntos utilizaron el metal de la roca caída para forjar un arma cuya hoja reflejaría las mismas estrellas que brillaban sobre ella cuando fue fabricada: la espada Estrella caída. Un símbolo de paz, de entendimiento. De lealtad. Una espada que, a lo largo de la historia, se entregaría en tiempos de gran agitación. Un regalo concebido para dejar a un lado nuestras diferencias. Algo que nos haría más fuertes a los Wu Lin.

Cuando terminó de contar esta historia, el general Zhi contempló el arma que tenía delante. Tenía las palmas apoyadas sobre la mesa y la espada Estrella caída brillaba a la luz del fuego. Entonces alzó la mirada hacia el extremo opuesto de la mesa. Allí estaba Lord Shun, un renombrado guerrero Jiang Jun que inspiraba respeto. Un anciano con muchas victorias a sus espaldas y un ceño fruncido que hacía las veces de casco impenetrable. Estaba rodeado de guardias. Había dos sentados a cada lado y otros cinco de pie, detrás de ellos. Todos miraban a Zhi con la misma impasibilidad que Lord Shun. Un hombre menos versado se habría sentido molesto. Pero Zhi no era así.

El general había conseguido su título con sangre. Con los nudillos dos veces rotos y dos veces curados. Con el respeto de sus hombres y unos estandartes que solo se alzaban una vez conseguía el poder. Y, sobre todo, con crueldad.

Parte II.

"Conozco bien la leyenda de la espada Estrella caída, general Zhi", aseguró Shun sin emoción alguna. "Pero eso no responde a la pregunta que te he hecho: ¿Por qué me has traído aquí?".

Sus palabras eran tan frías como el viento que soplaba en el exterior de aquellos cálidos salones. Para Zhi, la respuesta era obvia. Tal vez Shun no era tan listo como creía.

Zhi avanzó hacia su invitado y dejó la espada sobre la mesa. "Hemos permanecido divididos durante demasiado tiempo", afirmó. "En guerra. Mi objetivo es poner fin a nuestro conflicto".

"¿Quieres que me una a ti?". Shun contuvo una carcajada, pero luego la soltó. Su risa se apoderó de la sala y la llenó de una tensión tan afilada como su guandao. Cuando terminó de reír, Shun cuadró los hombros. "Déjame decirte algo", dijo entonces con condescendencia. "Sé lo que has hecho desde la catástrofe del Festival de los fantasmas hambrientos. Has estado amasando poder y haciendo que cada vez más hombres te sigan. Y me temo que se te ha subido a la cabeza, Zhi. Pero la verdad es esta: estabas en el lugar adecuado, en el momento adecuado. Tuviste suerte. ¿Qué crees que puedes hacer? ¿Salvarnos? ¿Unirte a nosotros? No eres especial".

Zhi impidió que su mano se cerrara en un puño. Contuvo la ira que hervía en su interior. No había conseguido llegar tan lejos dejándose llevar por la rabia. Todo iba según lo previsto. Sin embargo, la prepotencia y el falso sentido de superioridad de Shun estaban acabando con su paciencia. "No, Shun, no espero salvar a nadie. Lo que me interesa es... la grandeza".

Mientras pronunciaba aquellas palabras, Zhi se fue acercando un poco más al extremo de la mesa. Advirtió que los guardias de Shun se tensaban ligeramente.

"Solo se habla de los caballeros, los vikingos y los samuráis. En Heathmoor no somos más que unos segundones". Zhi rodeó al guardia que estaba sentado a la derecha de Shun y se detuvo delante de los cinco guerreros que permanecían de pie detrás. "Quiero devolver el honor al nombre de los Wu Lin", continuó. "Es hora de que todos nos conozcan. Es hora de que todos nos teman".

Antes de que algún guardia pudiera reaccionar, Zhi ya tenía la daga en la mano. Degolló al primer guardia y, sin esfuerzo alguno, giró sobre sus talones para apuñalar a otro en el corazón.

Los guardias que quedaban desenvainaron sus armas al gritos de traición. No, eso era lo que ninguno de ellos entendía. Aquello no era una traición. Zhi estaba reduciendo al rebaño. Para hacerlo más fuerte. Para convertirlo en algo de lo que sentirse orgulloso.

Parte III.

Se abalanzaron sobre él, pero esquivó sus espadas con elegantes giros y pasos laterales. Fue retrocediendo, un paso aquí, otro allá, y con cada movimiento se fue acercando un poco más a su extremo de la mesa. Bloqueó el brazo de un guardia y se lo rompió antes de hundirle la espada en el costado. El guerrero cayó hacia atrás llevándose consigo el arma. Pero a Zhi no le importó, pues la espada Estrella caída ya estaba a su alcance.

Con la espada ceremonial ya en sus manos, Zhi saltó sobre la mesa, haciendo que sus ropajes giraran y ondearan con gracia, y se puso manos a la obra.

***

Había pedido intimidad. Su guardia personal se había ofrecido a permanecer en la sala. Pero él había insistido. Esto era algo que sentía que tenía que hacer solo. Y ahora ya casi había terminado.

Las paredes estaban cubiertas de manchas y líneas de sangre fresca hasta el techo. El general Zhi avanzó sobre los cadáveres esparcidos por el suelo. Deslizó el pie izquierdo sobre un brazo y el derecho pasó junto a una cabeza cortada. Tuvo cuidado para no molestarlos. Utilizó un trozo de tela para limpiar la hoja de la espada Estrella caída, asegurándose de eliminar todo rastro de sangre del arma ancestral. Mientras lo hacía, se acercó a su última víctima.

Lord Shun yacía en el suelo. Con una mano intentaba detener la profusa cantidad de sangre que le salía del estómago. Con la otra arañaba el suelo en un intento desesperado de alcanzar la puerta. Apenas logró moverse un centímetro.

"Me pregunto si conoces tan bien la leyenda de la espada Estrella caída como afirmas", dijo Zhi, con voz calmada. ¿Conoces su otro nombre?"

Shun jadeó y escupió sangre.

"No, supongo que no", continuó Zhi. "No es demasiado conocido. Es un nombre que solo susurran aquellos que han blandido esta arma. Un secreto transmitido solo a unos pocos".

El Jiang Jun intentó maldecirle, pero lo único que salió de su boca fue un gargarismo de sufrimiento. Zhi se alzó sobre él. Poderoso. Despiadado.

"Deja que te instruya, Lord Shun. En la oscuridad, llamamos a esta arma la espada de la serpiente".

Entonces hundió la hoja en el Jiang Jun, que por fin dejó de moverse. 

Zhi retiró la espada, que abandonó el cuerpo con un chapoteo húmedo. La deslizó por la tela una vez más y el frío acero quedó limpio de sangre. Luego dejó caer la tela ensangrentada sobre el cuerpo de Shun y abandonó la sala para reunirse con sus guardias. El aire era fresco. Frío. El invierno ya casi había llegado.

"General," exclamó uno de los guardias. "El mensajero ha regresado. Ella ha aceptado la invitación. Llegará dentro de quince días".

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Zhi. Una línea torcida y desdentada.

"Excelente".

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